- - ¿Tinto o blanco?
- - No he cambiado tanto.
- - Me alegra escuchar eso.
- - ¿Cómo le va con la bibliotecaria? – Le pregunté
con una sonrisa.
- - Como con cualquier bibliotecaria; aburrido. –
Respondió, mirándome fijamente a los ojos.
- - No sea así, seguro que tiene su lado positivo.
Se habrá leído libros.
- - No tiene motivaciones y vive con gatos. Y usted
sabe que yo nunca he sido de gatos. Se sabe de memoria en qué rincón se
encuentra cualquier libro, pero no ha abierto ninguno. Y es aún más aburrida en
la cama.
- - Bueno, al menos ahora tiene alguien que le
escuche.
- - Cuando te mira con esa mirada vacía, sin
entender una frase completa de lo que hablas y tomándote por loco, a uno ya se
le quitan las ganas de hablar.
- - Supongo.
- - Un vino tinto para la señorita y un Brandy con
poco hielo. – Dijo con voz segura al camarero que se nos acababa de acercar.
…
- - ¿Y así quiere conseguir algo? Si ni siquiera
sabe lo que quiere.
- - Ahí está el problema, Alejandro. Que no sé lo que
quiero y no consigo saber qué es lo que me falta.
- - No le falta nada.
- - No diga eso, porque sí que me falta.
- - No. Está todo en su mente.
- - ¿Y por qué no soy feliz?
- - Porque piensa demasiado.
- - ¿No hay otra razón?
- - No se case.
- - ¿Cómo?
- - Me ha escuchado. No se case.
- - ¿Que no me case? Pero cómo no me voy a casar
Alejandro, si es lo único excitante que está pasando en mi vida.
- - Exacto.
- - ¿Exacto el qué?
- - Se casa sólo porque no sabe qué más hacer. Está
vacía muchacha, está vacía. Una joven como usted no puede estar vacía. Un
matrimonio no ha de ser otra época en la vida de todos por la que tenemos que
pasar sí o sí.
- - Pero…
- - No empiece con las tradiciones culturales y
nacionales y no sé qué mierdas de no sé dónde, porque me las sé de memoria ya.
Y ya no me engaña más con eso, Kristina…
- - No es así, nada es como usted cree. Como siempre,
cree que lo sabe todo y lo entiende todo pero no tiene ni idea.
- - Se va a casar porque es excitante. Porque necesita
libertad. Porque su pareja es un hombre libre de mente y le ama. Y piensa que
el matrimonio le dará libertad. Ha estado viviendo con una cadena atada a los
pies. No entiende que, primero de todo, usted debe completarse antes de que
alguien la complete. ¡Porque entonces ya no será más usted, señorita! Será
usted completada por otra persona. ¿Me entiende?
- - ¡No es así, Alejandro! ¡Pare de hablar así! No
tiene ni idea. Siempre he tenido libertad. ¡Siempre! He tenido más libertad que
nadie en mi alrededor. Y sé que soy afortunada. No tiene ni idea lo que es
estar atada de los pies. He tenido amigas a mi alrededor que de verdad han
vivido toda la vida dependiendo de alguien. Y no es mi caso. Puedo quejarme de
muchas cosas, pero definitivamente no tener libertad no es una de ellas.
- - Dígame, ¿qué es la libertad?
- - Lo mismo que lo es para usted.
- - ¿De qué me habla? ¿De una libertad física?
¿Viajar por el mundo? ¿Ir a donde le ha dado la gana y cuando le ha dado la
gana? ¿Hacer lo que ha querido cuando ha querido? Pero mire, señorita. Tiene
veintiún años y no conoce el mundo, no conoce a la gente. No conoce la vida. No
conoce nada porque nunca ha vivido.
- - No es así.
- - Se casa porque toca casarse. Ama porque toca
amarle. Se queja porque toca quejarse y vive porque toca vivir. Muchacha, usted
no sabe nada de la vida. Dígame, ¿cuál es la decisión más importante que ha
tomado en estos veintiún años?
- - Casarme y con quién casarme.
- - Fíjese. Poder elegir con quién se va a casar le
parece un privilegio.
- - No me está ayudando.
- - Ni lo necesita. Recuerde esto muchacha. Una vez
tenga mente, el estar feliz no le bastará. Usted es inteligente, por eso su
mente pide más. Y siempre pedirá más. Más y más y más. Nada le será suficiente.
Se cansará de cualquier cosa que tenga en unos meses y querrá y buscará lo
siguiente. Usted es inteligente señorita, pero nunca ha sido lista.
- - Como en la película esa de Almodóvar, Vicky
Cristina Barcelona, cuando Penélope le dice a Vicky que tiene ‘chronical
dissatisfaction’. – Me reí recordando la escena.
- - Sí, como en esa película, Kristina.
- - Es muy buena esa escena.
- - ¿Y sabe quién tiene la culpa de eso? Usted. Sólo
viva y no pida más. Lo tiene todo. Y si decide pensar más allá, entonces tiene
que cambiar de vida. Se lo he dicho siempre, señorita. La gente es más feliz cuanto
menos piensa. Y no me ha escuchado. Usted se mete en cosas que no le necesitan.
Piensa en cosas en las que no necesita pensar. Quiere hacer cosas que no debe y
quiere llegar a sitios que no están a su altura. Eso le hace infeliz y eso hace
que yo le admire más. Pero la gente de su alrededor no le va a admirar por eso.
Ni tampoco necesita usted la admiración de nadie.
- - ¿Y eso es lo que me aconseja?
- - Se lo he dicho. No se case.
- - Imposible, yo le quiero.
- - ¿Por qué sigue pidiéndome consejos?
- - Porque no tengo a nadie más a quien pedir.
- - Mire a esa mesa de las abuelas. ¿Qué le parece?
¿Por qué esa abuela parece estar tan feliz? Seguro que no es porque pasa todo
el día haciéndose preguntas profundas y filosóficas, ¿verdad?
- - ¿Cuál es la respuesta correcta? No me diga que
es porque no piensa. – Dije riéndome.
- - Porque está tomando té caliente mientras fuera
hace frío, en una de las cafeterías más bonitas de la ciudad. En una de las
ciudades más bonitas del mundo. Y tiene un ramo de flores que seguramente
alguien se lo habrá regalado, o incluso se lo habrá comprado ella misma, qué
importa. ¿No le parece tener suficientes razones para estar feliz?
- - Ay, por favor, Alejandro. Usted es el menos
adecuado para decirme que las cosas pequeñas son las que nos hacen felices y
ponerme ejemplos cursis de abuelas felices en cafeterías bonitas. No le pega
nada a usted hablar de ese tipo de cursiladas.
- - ¿Más vino?
- - Por favor.
…
- - Usted es un caso perdido, como dice usted. –
Dijo sonriendo y moviendo la cabeza de un lado a otro mientras acercaba el vaso
a su boca. Y siguió: - Un caso perdido sobre quien se podría escribir libros.
Un caso perdido hermoso. Y tan joven, y tan perdida. ¿Acaso no se da cuenta
usted de quién es? Es arte andante. Y cuando empieza a hablar más se hace notar
su arte. Muchacha, usted está en un sitio equivocado. Es un milagro que,
estando ahí, siga siendo arte.
- - Pero profesor, me cansa ser un trozo de arte. Yo
no quiero ser arte, yo quiero crear arte.
- - ¡Y lo hace, Kristina! Delante de mis ojos. Cada
segundo. Cada vez que abre la boca. Lo hace señorita, créame. Y temo que algún
día alguien le haga creer lo contrario. Prométame que nadie, jamás, la
convencerá de lo contrario.
- - No sé ya ni de qué me habla.
- - Exacto, siga sin saberlo nunca.
Los limites de tu infinito arte
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