domingo, 22 de junio de 2014

El vetusto corriente


Señor, ¿qué le parece si hacemos un pacto?
Yo, la que no le conoce de nada,
Con usted, seguro de haberme conocido.
Sin explorar su persona,
solo concebir su mente.

Sin palabras, ni miradas profundas, por favor.
Tampoco intimidades o investigaciones.
Solo su mente. Para mí.
Desnuda.

Señor, ¿qué le parece si discutimos?
Yo, la simple y común, con usted, el opuesto y dañino.
Yo que no sé nada sobre la vida, con usted, el veterano.

Su razón negativa, tan negra, tan pensativa y vieja,
para mí, profunda.
Se pudre por los años.
Escúcheme señor, necesita colores en su vida.
Déjeme ser su alegría y chisme mental.
Prometo hacerle reír.
Conmigo, o de mí ,pero hacerle reír.
Le dejaré pensar que me conoce mientras yo envejezco por unos minutos.

Déjeme escucharle, desconocido,
a mí, la que le ha dedicado toda una palabra de su vocabulario; señor.

viernes, 20 de junio de 2014

El barco y nosotras

  Observo cómo el pequeño fuego arrasa con el grosor rojo pasión de su alrededor en el vaso, con alma tranquila y ojos fijos en la vela como si fuera a darme la visión del futuro, o la realidad del presente, ¿tal vez? Lana susurra de fondo. Veo como un barco perdido su brújula en medio del océano, donde puede ver nada mas que agua a su alrededor, como si estuviera empotrado en él, mueve con cada palabra que escucha de arriba. No sabe la dirección. No le afecta. Los pasajeros están desplazándose continuamente, algunos cogidos con las dos manos del Barco para que el viento no les arrastre. El Barco es poderoso y fuerte. Otros sintiéndose capitanes fraudulentos. El rostro del capitán se ve borroso y apagado. 
(Se me olvidó mencionar que el agua está repleto de tiburones. Tiburones hambrientos.)
  El barco perdió su brújula hasta llegar al corazón del océano, ahora navega por su intuición. Cada error cometido es un mordisco de alguno de los tiburones. Cuando más grande es el error más grande es el mordisco. No hay perdón. Los tiburones no perdonan. Están hambrientos, no pueden perdonar. Empieza a llover, acuerdo con la voz de Lana, la que ahora grita más fuerte, pero los golpes de las olas no dejan que se escuche. El barco, asustado de las tormentas y los gritos de los pasajeros empieza a desplazarse como loco, ya no sabe ni él mismo que hace, y por un momento pierde su ser, es cuando los tiburones se aprovechan en llenar sus estómagos. Empiezan a atacar. Golpe tras golpe y otro y otro y uno más. Los pasajeros, viendo el desmadre que el barco les causa, cogen sus chalecos y saltan al agua. Pero no todos. Algunos resisten a los golpes, pero están muy ocupados para darse cuenta que el Barco se ha herido. Los tiburones le ha hecho un agujero por donde empieza a entrar agua. No mucha. El capitán cierra el agujero. Y esta vez, el Barco loco por la marcha de su pasajero favorito se desvela. Le ha abandonado su pasajero favorito. A la que más quería. Esta vez no hay vuelta atrás. Los tiburones le muerden una y otra vez hasta herirle mucho mas. Los pasajeros que quedaban se van también. El capitán intenta curarle pero al cerrar los agujeros, la madera del Barco se mete en su piel y le hiere a él. Sin encontrar ninguna solución finalmente el capitán se rinde. 

   Ahora la situación está insoportable; los tiburones, el aire, la lluvia le golpean por todos los lados. En él no queda nadie. Está sólo. Está loco. Sus partes se parten. Los golpes de las olas son cada vez más fuertes. Están solos. Él y sus clavos. Ellos si que nunca podrán separarse. Está uno dentro del otro. Muchos de los clavos se cayeron al pase del tiempo. Y cuanto más se caigan más fuertes tienen que ser los otros para aguantarle. 

  Después de un tiempo. Cuando la tormenta pare y salga el sol, cuando los clavos encuentren la brújula, cuando los tiburones se hayan muerto por tragar madera, cuando el Barco encuentre su ser, saldrá adelante. 
Ahora sin nadie.
Nadie más que sus clavos.