miércoles, 4 de mayo de 2016

Los santos también quieren peinarse

  Camina lentamente pero con pasos demasiado seguros. No sé en que estará tan seguro y de dónde tanta confianza en sus pasos. Puede que sea porque está en su casa, como lo llama él. ¿Por qué el color negro? ¿Que simboliza el color negro en su casa? Lo buscaré en Google cuando llegue a casa. Aun que puede que no tenga tiempo para eso. Será algo rápido. De hecho creo más en Google que en él. Por eso no se lo pregunto a él. Seguro que me cuenta otra tontería  y yo tenga que estar durante minutos escuchándole. Me gusta escuchar a los locos. Porque hablan y no dicen nada. Pero a él no. Porque él habla y dice estupideces. Por eso no me gusta escucharle. Y si el negro sea su color favorito? Entonces,  ¿él loco y yo tendemos algo en común? Bueno tampoco no está tan loco, solo está un poco más chiflado que sus otros amigos que también van de negro siempre. Yo también voy siempre de negro y también tengo un amigo chiflado. Mi profesor de filosofía. Hace tiempo que no he hablado con él. ¿Seguirá vivo? No quiero que se muera, porque entonces ¿con quién hablaré? No. No puede morir aún. Tiene que enseñarme más cosas antes. Ojalá les pudiera meter en una caja a mi profesor de filosofía y a este chiflado que va de negro para ver cómo le come vivo. ¿Le gustará el negro a mi profesor de filosofía? No lo sé. Nunca se lo he preguntado. La próxima vez le preguntaré cual es su color favorito. Pero con tal pregunta estúpida seguro que sabrá que he vuelto a venir a este sitio de chiflados. No se enfadará, ¿no? Me hacen gracia y puedo reírme. Incluso les pregunto cosas para que me hablen y pueda fijarme en sus gestos y en como mueven la boca. Me dan asco sus bocas. Y aún más asco las cosas que salen de sus bocas. Me ha llegado un mensaje al móvil. ¡Uy! Mi amiga se casa. Sí, ya tengo mis años. Los suficientes para que me llamen de la vieja escuela. Tengo amigas que aún siguen casándose. Si encuentro a alguien con quien estaría a gusto comiendo pollo con dos manos y a quien le daría muchos besos al despertar sin pensar en mi aliento, y alguien que no me ahogara mientras duermo porque hablo mucho. Entonces yo también me casaría. Pero, espera. Entonces, ¿tendría que volver a este sitio en mi boda? ¿Y si el hombre de mi vida estuviera chiflado como estos señores de negro? ¿Les tendríamos que pagar para venir a una de sus casas para que un loco me casara con otro loco bajo mirada de su amigo imaginario? Que miedo. Y qué locura. Están todos chiflados. Y tendría que decir 'sí, quiero' en alto para que el chiflado con más poder le pasará mi respuesta a su amigo imaginario, y para que éste diera su aprobación. Bueno. Es bonito. Qué más da. A parte tendría con quien comer alitas de pollo toda la vida. Entonces estaría feliz. Vuelve a pasar por mi lado otra vez. -¿A qué hora empieza su monólogo?- Se lo pregunto, sabiendo que está esperando a que hable. Me gusta su reloj. A lo mejor se lo ha comprado con todas las monedas de los viejitos y los turistas que le visitan. Mientras me responde, me fijo en sus dientes amarillentos y en cómo mueve los labios formando media sonrisa. Tiene el pelo alocado. A lo mejor su amante se lo ha peinado una y otra vez toda la noche. Puede que incluso su amante haya estado rezando toda la noche a su amigo para tener un peine mas grande para que le haga efecto. Para que el día siguiente no tenga los pelos descontrolados y parados de punta. Eso lo noto en cómo me mira ¡Ay estos locos! Me ha reconocido. Y por su tono intuyo que vuelve a querer que sea su peluquera esta noche. Me pregunto cómo su amigo no le ha dejado calvo hasta ahora. Yo lo haría. Pero tampoco quiero que me denuncie y me cierren la peluquería. Nadie quiere eso, ¿verdad? - Y, ¿Alejandro no está?- Vuelvo a preguntar.  -Se ha ido a Valencia. ¿te quedarás para la misa?- Miente, como la última vez. Alejandro nunca se va a ningún sitio sin decírmelo antes. -No, cuando le veas dile que me voy del país y volveré en unos meses.-

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