viernes, 4 de septiembre de 2015

#34



#34


Tenía un lunar en el cuello, lo que cual odiaba. No él, sino yo. Como también odiaba todo de él. Su forma de hablar, su forma de actuar, y hasta como bebía agua de la botella. Que forma más asquerosa de beber agua de un botella, por dios! Era un hombre bajito, de pelo castaño. Informal y siempre llevaba su pantalón marrón. Al sonreír mucho se lo ponían ojos de cachorro. Según mis amigas tenía una de las mejores sonrisas. Pero a mí no me gustaba, y hasta me parecía repugnante. En resumen, todo de él me parecía repugnante.
 

   Le conocí en la biblioteca.
 
   Un lunes.


  Llevaba más de veinte minutos esperando a que alguno de los ordenadores de la sala estuviera libre para poder imprimir los textos inacabables de historia que nos mandaba el profesor (nos lo mandaba online con la escusa de que ahora es el siglo de la tecnología, tenemos que aprovecharlo), digo si los imprimiera él , probablemente pararía de elegir textos inacabables como los que hacía por entonces. Como llegaba tarde a clase, me había puesto aún más nerviosa y ansiosa a que alguien acabara de penetrar la pantalla del ordenador con los ojos y me dejara a mí.
Una de las chicas, rubia. Siempre me acuerdo de los rubios. Con la melena suelta sobre los hombros cogió su carpeta y saltó de la silla. En una biblioteca de universidad, a las 11 de la mañana, lunes, todos tienen prisa. Por el gesto entendí que no era la única que ese día llegaría tarde a clase. Lo cual era algo muy inusual de mi parte. Me acerqué lentamente a su ordenador, lentamente porque ella aún seguía recogiendo sus cosas. Y cuando notara mi presencia se daría aún más prisa. Lo que tardé yo en responder un WhatsApp con la cabeza agachada, al levantar la mirada un idiota se había sentado en mi sitio.

-Perdona, estaba yo antes. Llevo esperando veinte minutos.- dije yo que una voz que daba pena.

Levantó la cabeza un milisegundo y sin mirarme a la cara dijo: -Pues sigue esperando, porque voy a tardar un buen rato.- No me podría creer con la chulería que me acababa de responder ese mocoso.
-Solo tengo que imprimir una cosa, ¿te importaría dejármelo solo por un momento?- Estaba segura que no me diría no.
-¿Y tú que crees que estoy haciendo yo?- Esta vez respondió sin levantar la cabeza para mirarme ni siquiera.
Venía enfadada de antes, y esto era una oportunidad de sacar mi cabreo. Salí de la biblioteca sin imprimir nada, decidida de no atender a clase ese día. Pero no sin antes haber acabado la conversación.

-¿Cómo te llamas y a que curso vas?- Le pregunté con un tono brusco, cortante y alto. Parecía una orden más que una pregunta.
-¿Por que?- Me miró por primera vez a los ojos y con una expresión mixta en la cara de enfado y sorpresa. Con el ceño fruncido respondió sin haberme dado tiempo de contestarle - Alberto-.
-¿De inglés?-
-Lingüística.- dijo.
-Bueno, ya nos veremos.- Respondí y acabé de bajar las escaleras y salir de ese sitio lo antes posible. En el fondo estaba contenta por no haber podido imprimir, así tendría una escusa para mí misma de no ir a clase. Lo cual era lo última que quería ese día.

El cabreo que llevaba encima hizo volar a mi imaginación a puntos extremos. Y antes de que pudiera llegar a casa ya tenía decidida un plan. Con el mocoso de protagonista.





   Veintitrés días después de lo ocurrido, cuando yo ya sabía la vida de Alberto mejor que Alberto, fue la última vez que nos hablamos. Vivía con su madre y sus tres hermanas pequeñas. Tanto su madre como él tenían dos trabajos para poder con los gastos que conllevaba la familia. Me contaba todo, des de su infancia hasta los secretos más profundo de su madre. Resulta, que el día que nos cruzamos en la  biblioteca, había sido una de las peores semanas de su vida. Dos semanas antes  había fallecido su abuela, y ése día se enteró que había suspendido la asignatura que más le costaba. Le gustaban mucho los animales y estudiaba lingüística para poder dedicarse en la investigación del lenguaje animal. No me cabía en la cabeza cómo alguien podría dedicarse a eso, pero ahí estaba él con sus sueños. Él, en cambio, sabía de mí cosas que me había inventado por entonces. Des de cosas muy pequeñas y sin importancia hasta mentiras de las gordas. Por ejemplo que yo era muy religiosa, con un padre pastor. Que no conocía a mi madre. Que Jesús era lo más importante en mi vida. Que iba a la iglesia dos veces a la semana y que me gustaba la música religiosa, porque me tranquilizaba. Que no tenía amigos, ni redes sociales porque pensaba que era una perdida de tiempo. Ah sí, y que me llamaba Nina, nombre de origen caldeo y muy común en Lituania, donde yo había nacido. Nuestra última conversación fue algo así:


-¿Entonces todo esto ha sido mentira?- dijo él con ojos de cachorro que tanto odiaba.
- No seas tan dramático, Alberto. - respondí sin pensármelo dos veces.

Estábamos parados delante de la puerta de salida de la universidad, estaba lloviendo y ninguno de los dos quería mojarse. Yo tenía prisa porque quería comer y también porque quería quitarme de encima la conversación incómoda que me esperaba.  Siempre elegía días lluviosos para decírselos porque así parecía más dramática la escena.

-Mira Alberto, no tengo tiempo ahora. No se te ocurra echarme la culpa a mí. Tienes que aprender a ser más respetuoso a la hora de dejar tu ordenador a alguien que lo necesita.-

-Pero, ¿Qué ordenador, Nina? ¿De qué estás hablando ahora?- dijo sorprendido.

-Ah, sí, y para de llamarme Nina, que no me llamo Nina.-
-¿Cómo?- dijo con el ceño fruncido y con la cara de imbécil que se le quedaba cuando no entendía nada. En esos veintitrés días me había dado tiempo de memorizar todas sus expresiones.
- Mira, tengo hambre, así que intentaré ser lo más breve posible, ¿vale?- Le miré a los ojos y seguí hablando cuando me hizo un gesto con la cabeza de 'procede'. - No me llamo Nina, ni soy de Lituania, ni siquiera sé donde está Lituania, y no creo en dios. De hecho creo que es la cosa más ridícula que se ha inventado jamás. Esa primera vez que tú lo ves como obra del destino que nos conocimos, fuiste muy borde e imbécil. Y me hiciste cabrear mucho, así que decidí mentirte y apostar en ti. No esperaba que en veinte días alguien sería capaz de enamorarse o incluso de amar, pero visto tu ejemplo, sí. Hay de todo. No quiero saber nada más de ti. Y todo lo que sabes de mí es mentira. Te has enamorado de alguien de quien no sabes ni el nombre. Por favor no me hagas repetir las cosas dos veces y ten un poco de autoestima. Espero que te vaya muy bien todo, y la próxima vez dejes el ordenador a alguien que lo necesite.-

-Nina, ¿Qué cojones estás jugando?- Aún seguía con su cara de imbécil.
-La cosa es que ya no estoy jugando. Y para que te quede aún más claro, mira mi Facebook.- Le dije mi nombre completo y fue cuando se puso más tenso.
-Estás enferma.- dijo con cara de asco.
- Y tú un romántico del montón. -
- Espera, Nina, o como quiera que te llames. Para mí siempre serás mi Nina. Quiero que hablemos esto mejor. Quiero que me expliques todo. No puedes dejar todo así e irte. Tengo que entenderlo todo. Por qué me has mentido, y todo lo que está pasando.-
- Vale, escucha. Entre yo y mi enamorada, tenemos un juego. El cual consiste en ver en cuantos días podemos hacer enamorar a alguien. Y cuando ya se han enamorada, nos dejan de importar. Como es tu caso ahora. Tú no me gustas, Alberto, ni físicamente ni de ninguna otra manera.- dije y salí corriendo. Prefería mojarme que estar un segundo más a su lado.

No se supo nada más de él. Resultó que sí que tenía autoestima el chaval.



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